Descripción
El 20 de agosto de 1.977, el que suscribe (@HdAnchiano) todavía no había venido a este mundo, y sin embargo ya había gente pensando en mí y en los que vinimos. Algo que nunca podremos agradecer lo suficiente a los ideólogos y principales valedores de las misiones gemelas Voyager de la NASA. Aquel día, despegaba de Cabo Cañaveral la primera de las dos sondas que, en un principio, iban a formar parte del programa Mariner.
Apenas había terminado la época pionera y dorada a partes iguales de la exploración espacial que muchos llaman “carrera espacial”, después de que diferentes sondas fuesen enviadas a la Luna y otros planetas vecinos y de que animales y seres humanos fueran puestos en órbita de la Tierra ante el asombro del mundo entero, después de haber conseguido que doce personas pisaran la Luna, la versión más think big de la NASA decidió que había que hacer un proyecto novedoso y extraordinariamente duradero en el tiempo: enviar una sonda a la búsqueda de extraterrestres suficientemente inteligentes como para que descifrasen toda una clase de simbologías y contenidos audibles que les permitiesen ubicarnos en el vasto universo. Suena a chaladura, y quizá lo sea, pero 40 años después seguimos la pista de aquel experimento con la esperanza de que en algún lugar exista una civilización alienígena que encuentre las sondas Voyager antes de que hayamos desaparecido de la faz de la Tierra.
El pasado 5 de noviembre de 2019, 42 años después de aquel verano del 77, no sólo ha ayudado a entender infinidad de cosas desconocidas hasta el momento en el que sobrevoló los diferentes planetas y satélites durante su viaje, sino que sigue volando habiendo salido ya de la heliopausa, el límite físico de nuestro Sistema Solar, que por cierto descubrimos que era ovalado y no esférico gracias a ella.